jueves, 18 de diciembre de 2014

De exámenes (o la vida del profesor II)

La entrada anterior hablaba de un seminario, esta, de exámenes. No lo había pensado así, pero es un buen resumen de nuestras tareas: investigación y docencia. Quizás, de forma subconsciente, ordenadas además por la importancia que les concedo. Quedaría la gestión, pero como no gestiono y además me deprime pensar que se me pide eso (más allá de la gestión de las tareas de investigación), ahorraré a mis lectores esa entrada. Hoy estoy de exámenes ya, lo que me deja a las puertas de la que es, quizás, la labor más tediosa de un profesor: su corrección. En concreto, la asignatura es Derecho Mercantil III, del doble grado de Derecho y ADE en la facultad. Pero creo que, más que de exámenes, prefiero escribir de otra cosa. Por ejemplo, de las clases y de los alumnos.

El examen que estoy ahora vigilando será el último, espero, que harán unos alumnos con los que he compartido todo el Derecho Mercantil. Por primera vez desde que empecé, he seguido con el mismo grupo la totalidad de las asignaturas que tienen en la carrera. Debo decir que no me arrepiento en absoluto. Es más, diría que los echaré de menos en el futuro.

La tarea docente no siempre es agradable ni divertida. Hay muchas ocasiones en las que uno preferiría no dar clase: porque está metido en otro tema, porque tiene trescientas cosas pendientes o, simplemente, porque a las tres de la tarde del mes de mayo no creo que haya nadie al que le apetezca dar clase. Un domingo por la tarde o una noche a última hora no es fácil cumplir con tu obligación y ponerte a preparar la clase o los materiales, sabiendo que, en el fondo, tu experiencia te permitiría salir del paso de modo más o menos elegante. Sin embargo, todo eso se minimiza cuando tienes buenos interlocutores en el aula. Y eso es lo que me ha pasado a mí con el grupo que está examinándose ahora.

Tengo un amigo que me recuerda (porque le dio qué pensar, dice) que, hace algunos años, en una estancia en Harvard, le dije que lo que envidiaba de verdad de esa universidad eran sus alumnos. Los buenos alumnos son un arma de doble filo, lo sé. Te ponen en aprietos y tus carencias destacan mucho más. Sin embargo, para alguien que vive la docencia (y no solo que vive de ella) resulta un estímulo diario y que hace más gratificante el esfuerzo que supone dar clase, mucho mayor de lo que parece o de lo que cree la mayoría. No quiero exagerar, pero con alumnos como los que pronto se graduarán en Vicálvaro en el Grado Doble de Administración y Dirección de Empresas y Derecho, no tengo tanta envidia.

Son, quizás, el mejor grupo que he tenido en mis veinte años de profesión. Estoy convencido de que muchos llegarán lejos. Y, como en el meme de Julio Iglesias, ellos lo saben, aunque solo sea porque se lo he dicho yo. Interesados (no todos y no siempre, como es natural), inteligentes, perspicaces, (más o menos) trabajadores, implicados y críticos. Esa ha sido mi percepción a lo largo de este tiempo: si me han engañado, lo han hecho francamente bien. No me extrañará encontrarme a algunos en el futuro en buenos despachos, como jueces, notarios, abogados del estado... o como gestores reconocidos. Supongo que cuando llegue ese momento será gratificante pensar que fueron alumnos míos. Si me doy cuenta, claro, porque con lo desastroso que soy para los nombres...

Su nivel me ha obligado a mantener el mío lo más alto que he podido o sabido hacer. Sus preguntas muchas veces no han sido sencillas. En más de una ocasión, me he pasado días dándole vueltas a alguna, a veces sin encontrar una respuesta segura. También más de una vez han provocado debates con otros de mis compañeros o con abogados. En este último semestre, han sido muchas las clases en las que hemos terminado dialogando, alcanzando en la discusión niveles de profundidad poco esperables en alumnos de grado. He podido comprobar cómo han mejorado con el aprendizaje. Sus respuestas a los casos me han descubierto problemas que yo no había visto al enunciarlos. Me han hecho mejor profesor (o eso quiero creer). Y, sobre todo, he aprendido mucho con ellos y de ellos, así que les dejo un agradecimiento aquí, en el éter, que dirían los clásicos y mis mejores deseos. Suerte.

1 comentario:

  1. Si todos los profesores de la Universidad.española tuvieran este grado de motivación por la enseñanza y este compromiso sería un paso para poder estar entre las mejores del mundo. Lástima que no sea así. Muchas gracias por sus palabras y hechos.

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